jueves, agosto 03, 2006

Serio y Pensativo

Esa mañana, después de haber sido bañado, se sentó serio y pensativo en su silla de ruedas mirando hacia el vacío; como cuestionándose algo, como preguntándose sobre la vida y el tiempo.

Frente a él, el árbol de limón mostraba una infinidad de verdes y varios frutos que doblaban las ramas con su peso; tras el palo, una tapia; mas allá el mar, imponente y pacífico como siempre. Se extendía hasta el infinito alcanzando el horizonte, tragándose las embarcaciones y devolviéndolas días o semanas después cargadas de frutos del mar y hombres agotados por la labor y tostados por el sol. Embarcaciones como las que él había tenido años atrás y que habían navegado por ese mismo mar, igualmente habían ido y venido con pescados de todos tipos, en grandes cantidades, fruto del trabajo de muchos que le habían dado tantas satisfacciones y proveído a sus familia felicidad y seguridad en tantos sentidos; y a él, una vida alegre y tranquila.

Pero el tiempo había pasado, aquel limonero había crecido y dado frutos, cosecha tras cosecha. El mar seguía imponente y pacífico, aceptando las embarcaciones con sus pescadores; pero el viejo, se había puesto viejo; el tiempo no pasa en vano sobre los hombres; les enseña, los educa, los castiga, los premia, los apacienta, los madura, pero igualmente los desgasta, los cansa y golpea.

Serio y pensativo se mantenía en su silla, esperando los minutos transcurrir, pero cuando se tiene cierta edad, se da uno cuenta que el tiempo transcurre lentamente, que no se apura ni espera, que la vida pasa y con ella todo va sufriendo el paso del tiempo, silencioso y constante, bondadoso y desgastante.

El tiempo transcurre y el viejo espera. Espera que el tiempo transcurra, no vaya a quedársele una lección por impartir, un consejo que dar o una sonrisa que ofrecer. Espera que la gente venga, que el día pase, que la vida siga. Solo le queda esperar.

Su mujer se le acerco con confianza, le paso la mano por la rala cabellera blanca y le preguntó como se sentía, le ofreció un fresco, lo miró y sus ojos expresaron amor, amor de mujer, de una mujer que acababa de pasar 60 años a su lado, siendo su amiga, compañera, amante y cómplice; sus ojos expresaron igualmente un sentimiento maternal, quizá era la primera vez que lo veía de esa forma, la primera vez que lo sentía menor, más débil que ella, que lo encontraba físicamente presente, pero mentalmente lejos. Quizá en ese momento y solo hasta ese momento, descubrió que se le había ido, que se había ya marchado para siempre y no podría jamás nunca preguntarle su opinión, pedirle un consejo o escuchar de su boca un piropo. El tiempo no había pasado en vano y quien fuese una vez su mejor amigo, compañero y bastón de lucha, es ahora, un hombre entrado en años, cansado por la vida, vencido por la enfermedad y listo a partir en un viaje sin regreso, un viaje donde no podrá llevarla consigo aunque así lo deseen ambos.

Ahora, solo les queda esperar…

nacido una mañana en Puntarenas, al observar a mi abuelo
Febrero, 2005