jueves, agosto 03, 2006

Parecía que no iba a amanecer

Parecía que no iba a amanecer, los aullidos de aquel perro callejero pretendían espantar al sol y obligar a la luna a no dejar el firmamento.

Había abandonado la cama y estaba sentado en el piso a un costado de la ventana abierta que permitía entrar la brisa de madrugada helada.

Diez almanaques marcados día a día desde que había decidido abandonar definitivamente el cigarrillo y aun guardaba los últimos tres en su mesa de noche, para demostrarse que realmente había dejado el vicio y no era por falta de tabaco.

Podía aun sentir el ardor culposo que sintió la noche aquella que lo llevó a compartir con las ratas la celda fría de la triste ciudad que lo vio crecer... triste ahora, claro, que no podía ver las golondrinas volando en la iglesia en misa de diez, ni las hojas secas humedecidas por el rocío, ni el cedro gigantesco del parque, ni el maravilloso olor que desprendía su cuello, como cuando era una quinceañera… él podía aun percibirlo al cerrar los ojos.

Los días habían transcurrido y con ellos los meses y los años y le habían creado una coraza en el corazón dura como el concreto, mas sumamente blanda a la vez, tanto que podía pasar días enteros consumido en llanto sin probar bocado, anhelando el día que pudiese dejar la celda y tomar en brazos a su hija, niña, dulce y tierna como él la recordaba. No se percataba que los días transcurren también para la gente libre y con ellos los meses y los años, y su niña era ya una mujer adulta y en cinta, golpeada ya por las pedradas que a veces lanza con odio la vida…

Y ella, tampoco era la mujer que una vez le amó, con una década más recorrida y con miles de caricias ajenas en la piel, que habían logrado hacerle olvidar aquel hombre que aun soñaba con su aliento y se le hacía imposible controlar el deseo que su recuerdo provocaba. La había amado tanto, que su mente no tenía espacio para otra. Y es que cuando se está preso, se vive de los recuerdos y hay algunos que uno olvida, pero otros que recuerda con más intensidad que al haberlos vivido. Él podía recordarla perfectamente, recordaba su piel, su pelo, su voz, sus caricias y por supuesto, recordaba claramente la expresión de su cara el día que se lo llevaron preso, las lágrimas que derramó y humedecieron sus labios mientras pronunciaba la promesa de amarlo hasta el último día que viviera, la promesa de esperarlo en casa y guardarle siempre su lugar en la mesa, la promesa de… promesas que había roto hacía tiempo ya, pero él desconocía y por eso seguía viviendo de la esperanza y el recuerdo, olvidando que la vida transcurre día a día y con ellos los meses y los años, también para quienes están libres.
FGC
nacido de madrugada, 2004