miércoles, agosto 02, 2006

La Niña

Juega y sonríe, cuenta y camina, observa concentrada sus propias huellas en la arena, las cuenta de nuevo, “uno, dos, tres, cinco, siete” y la mar se las borra como queriendo provocarla, pero ella desentendida se incorpora e inicia el caminar poniendo un pie, justo en frente del otro, como si lo hiciera sobre una cuerda floja y cuenta de nuevo, uno, dos, tres, cinco, siete. Rompe en plena carrera de repente y se refugia tras una palmera, se agacha y toma un palito con el que pretende escribir sobre el tronco su nombre “Karoll”. Junta las manos frente a su cara, se acerca al tronco escondiendo la cara, cuenta de nuevo, como jugando a las escondidas. “uno, dos, tres, cinco, siete.” Tira el palito, que empezaba a estorbarle, se pasa la mano por la enmarañada cabellera café, desteñida, que reventada por la florcilla, anida generosamente los piojos que abandonaron la cabeza de su hermanito cuando lo pelaron rape. Esconde la cara y cuenta de nuevo, “uno, dos, tres, cinco, siete”…


Juega y sonríe la niña, frente al mar, sin entender el significado del rótulo frente a su casa que habla de una bandera azul, que ella nunca ha visto. Ni logra concebir el tamaño real de aquel mar que se extiende hasta el infinito y que podría llegar hasta los países raros que la maestra mostró en el mapamundi de la clase. Tampoco se entera la niña, si en la capital hay nuevo presidente o aun los señores del tribunal cuentan al igual que ella: “uno, dos, tres, cinco, siete”. Habrá que esperar algunas semanas para saber si hay o no nuevo presidente en la capital. Claro, en la capital, porque en el rincón donde ella vive, no tienen presidente, ni gobierno, ni se sabe, ni importa quienes son, a su propio padre le cuesta comprender qué es lo que hacen, para qué se eligen o por qué hay que cambiarlos; si él llevaba ya veinticinco años haciéndose a la mar y no ha que tenido que rotar con nadie, su familia era suya y tenia que velar por ella hasta que las fuerzas le alcanzaran.

Juega y sonríe la niña, sana y libre, en una tierra que es suya, o de nadie, o de su papá o, qué importa de quien, es su mundo, pequeño e inmenso, privado y suyo donde no existe la pubertad, ni la virginidad ni la menopausia, y por lo tanto no hay que cuidarlas, ni cuidarse de ellas, de vivirlas, adquirirlas ni de perderlas; es un mundo en donde se nace libre y se muere de la misma manera, un mundo donde no hay gobernantes, solo Dios, aunque la niña no conoce a ninguno.

Juega y sonríe, sola y feliz, pagando el precio de haber nacido mujer en un barrio de hombres. Todos ellos pateando bola noche y día, como si nada más les preocupara, como si nada más los divirtiera. Ella está en paz con su mundo, no conoce otro. Sola, sana, libre y feliz, juega y sonríe la niña en su pedacito de arena en la inmensidad de la playa, si lo quiere, se acerca a sus hermanos y amigos, se incorpora a uno de los equipos y patea bola como si fuera uno más. Uno más de los güilas del barrio, uno más de tantos, que también nacieron libres y en un futuro no muy lejano, alguno de ellos será el padre de la criatura que cargue la niña en su vientre, quien también nacerá libre, sin preocupaciones ni deudas y jugará con los güilas como lo hizo su madre, quien ahora, aún joven y niña, juega y sonríe sana, feliz, sola, libre, frente al mar, mientras camina y cuenta “uno, dos, tres, cinco, siete”


nacido en la Semana Santa 2006 dedicado a una chiquita que conocí en Esterillos, Puntarenas.