miércoles, marzo 19, 2008

Borradores sonámbulos

Prendió con el mismo cerillo el cigarrillo sin filtro y una candela blanca que iluminó escuetamente la reducida cocina de su apartamento, con la camisa a medio abotonar caminó descalzo sobre el ocre frío hacia la mesa del comedor, tomó asiento, sacó de la bolsa del pantalón el lápiz que siempre andaba consigo y con el que dormía desde hacia días ya, porque había dejado de cambiarse de ropa y vestía el mismo pantalón desde el domingo. Tomó el cuaderno que mantenía en la mesa y en el que escribía algunas ideas, borradores que jamás concluiría y palabras formando frases sin sentido que nacían en las noches que se levantaba sonámbulo directo a la mesa y escribía a obscuras para luego volver a quedarse dormido sentado. Esta madrugada se despertó como de costumbre, motivado por el hambre que trataba de ignorar con algún cigarro que habría conseguido durante el día y gastando el tiempo mientras dejaba que su mano escribiera las ideas sin pensar que le llegaban más como un reflejo que como la redacción propiamente de un nuevo texto.

Rayó el alba y seguía escribiendo si haber notado que durante más de una hora lo hizo en la penumbra porque la velita se había extinguido y su cigarrillo mucho antes. Se rascó los colochos, miró hacia la ventana sorprendiéndose de ver luz y arrugó la cara como recién levantado y encandilado por el sol. Volvió a ver a la cocina pensado en el desayuno y vio el frasco del café vacío y en el mismo sitio donde lo dejó hacía una semana, y miró nuevamente su texto, restándole importancia al hecho de no tener qué comer. Siguió escribiendo en el mismo cuaderno hasta que tuvo que levantarse a sacarle punta al lápiz con un cuchillo para volver a su silla y continuar el día entero aprovechando la luz natural.

Por la tarde cuando había agotado por completo el cuaderno, buscó una libreta de apuntes y continuó escribiendo sin detenerse, como exhortado del mundo, como si nada pudiese distraerlo. Escribió redactando hasta que fue muy oscuro y con el afán de no perder la concentración, arrimó la silla a la ventana para tratar de iluminarse con la luz de la luna y continúo escribiendo.

Consumido en su mundo casi no escuchó la puerta cuando parecía iban a derribarla de lo fuerte que tocaban. Abrió extrañado que alguien fuera a buscarle y más aun cuando descubrió que era su arrendador.

-¿Donde has estado metido? Parecés naufrago, muchacho. ¿Hace cuanto que no salís? Le preguntó con tono paternal.

Silencio

-Sabés a lo que vine, ya estamos a ocho. Intenté llamarte, pero tenés el teléfono cortado. El timbre tampoco sonó, ¿pagaste la luz?

-Creo que no

- ¿Qué tanto has estado haciendo? te ves enfermo

- Escribiendo

-¡Pero tenés que comer!

-Sí, quizá haga compras luego.

-Si seguís aquí encerrado sin alimentarte, la próxima vez que venga te encontraré tirado.

Como regresando al mundo replicó: -No se preocupe don Juan, ya casi termino este y salgo a comer algo.

-Más te vale, pero bañate antes que buena falta te hace.

Sacó unos billetes arrugados de una gaveta y le se los entregó al hombre mayor que esperaba paciente en la puerta.

-Si supiera que saldrás a comer, te los dejaba, pero como con vos nunca se sabe, mejor los tomo- le dijo. Y continuó -Espero verte con vida el mes que viene.

Cerró la puerta y siguió con su rutina, sin jamás percatarse que lo que acababa de entregar, no era más que un puñado de servilletas como lo había hecho las últimas doce veces.

Ido en su mundo, continuó hasta que un día el arrendador hizo tumbar la puerta para encontrarse la figura inerte de su inquilino sentado en la mesa con lápiz en mano y cientos de hojas de papel rayadas, escritas, manchadas dispersas por todo sitio. Frases y escritos bellos e intensos, como también textos ilegibles e inclusive rayones en las paredes eran los cómplices silentes que acompañaban a su creador construyendo una imagen tan triste como artística.
nacido al amanecer de un día invisible