Le toca bajarse el enojo de un solo trago como tomando pastillas, dejando el orgullo podrirse en el cesto de la basura, porque bien sabía que a nada bueno le llevaba tanta ira. Al fin y al cabo, él cuidaba bien de ella y aunque el enojo le nublara los pensamientos, sabía y sentía desde muy adentro que esa compañía no era ni casual ni pasajera. El tiempo a paso aunque lento, firme, le había ido demostrando la realidad de su verbo y esa noche, nuevamente, le tocó enfrentarse con su latente pasado y un futuro promisorio que entraron de la mano por la por la cocina a tomarse una copa con ella.