Quiso llamarlo, pero como tenía certeza que no respondería, intentó escribirle, pero al recordar que tampoco le leería, decidió pensarlo y amarle en silencio por un rato, para luego tomar su guitarra y componerle una canción espontánea, que jamás escucharía. Porque el tipo tenía la manía de perderse de noche y a veces de día, como si la tierra lo tragara, o si intentara que el olvido lo borrase por completo de la esfera, y las páginas de la memoria se volviesen amarillentas de repente. Ignorante que el amor no se va, con la misma velocidad y magia con que llega.