viernes, agosto 04, 2006

Reposa Tranquila

Reposa tranquila como esperándome. Espera paciente. Junto a ella las hojas, que juguetean con el viento a veces traviesas, y la mayoría nostálgicas. El atril y el pedestal, sombríos y silenciosos, indiferentes a los juegos y bromas de las notas, ocupan su lugar sin más presencia que su propio ser.

El tiempo transcurre y ella esperándome reposa impaciente, como queriendo jugar, como queriendo cantar. Pero el tiempo, que en vano no pasa ha dejado su huella y en ella cicatrices de caídas y golpes que sin querer le di y en mí gratos recuerdos que juntos vivimos, cómplices uno del otro, sin publico ni testigos, sin jueces ni amigos.

El silencio le acompaña y ella reposa nostálgica esperando que llegue y la acaricie, le encantan mis manos y las cosquillas que le procuro la hacen reír y canta alegre con las hojas y el viento, con el atril y el tiempo, canta en mis brazos cual dulce mujer.

Durante los días me espera serena y elegante como es. Yo pensando y en mis entrañas añorando su compañía y dulzura. Le extraño y recuerdo, mientras ella me espera igualmente, responsando tranquila, impaciente, serena, elegante, única y nostálgica, me espera en silencio. Al llegar me coquetea y ansiosa se muestra cuando en mis brazos la tomo y en mi regazo la acaricio con suavidad y placer.

Reposa tranquila como esperándome, para cantar por las noches y reírse conmigo, mi guitarra me espera, serena y tranquila.

FGC
nacido un día que no pude tocar Agosto, 2006

jueves, agosto 03, 2006

Imagen de Pasillo

Incontrolable tentación experimenta mi mente al apreciar su figura aparecer por el pasillo.

Serie aleatoria de imágenes del recuerdo y un pasado aún latente desfilan por mis ojos.

Seis sentidos exaltados, provocados aún más por la prohibición expresa y nunca acordada entre ambos.

Ternura y pasión diluidas en mi boca, que duda entre pronunciar palabras de halago o besar intensamente.

Burla cruel del destino que disfruta y se nutre del dolor ajeno

Por el mismo pasillo se desvanece su figura y su estela aromática me abofetea la cara cual despedida.

FGC


nacida mientras cambiaba de rojo a verde. 2006

En esta noche fría

En esta noche fría, a la luz tenue de esta pálida vela, lloro el ahogo que siento en mis entrañas desde que partiste al olvido aquel día cualquiera en el que hubiese dado todo para que no lo hicieras.

Y hoy; tiempo después te recuerdo, te lloro, sufro y nada, me carcome el hambre desesperada de encontrarte de nuevo entre mis brazos, acurrucarte, dejar correr mis manos por tu piel y luego… un grito de amor.

Me gustaría verte de nuevo caminando descalza y con el cabello húmedo acercándote a mí, permitiéndome enamorarme aún más de tu olor a mujer.
Pero no. Ahora solo. Lúgubre madrugada que ríe a carcajadas de mi dolor.

Un cigarrillo más para olvidar que estoy aquí frente al culito de candela que suplica y trata de resistir pero no puede, se extingue y yo, me extingo. Otro vaso de agua, un llanto, un alarido y tu no regresas.

De rodillas caigo, mis ojos rojos, mis manos juntas y por ti suplico, y tu…
no regresas,
no llamas,
no escribes,
no lo harás jamás,
ya no puedo más,
no lo harás jamás…
descansa en paz.
FGC

nacido por la tarde, entre las aulas y pasillos de la UCR. 1998

Parecía que no iba a amanecer

Parecía que no iba a amanecer, los aullidos de aquel perro callejero pretendían espantar al sol y obligar a la luna a no dejar el firmamento.

Había abandonado la cama y estaba sentado en el piso a un costado de la ventana abierta que permitía entrar la brisa de madrugada helada.

Diez almanaques marcados día a día desde que había decidido abandonar definitivamente el cigarrillo y aun guardaba los últimos tres en su mesa de noche, para demostrarse que realmente había dejado el vicio y no era por falta de tabaco.

Podía aun sentir el ardor culposo que sintió la noche aquella que lo llevó a compartir con las ratas la celda fría de la triste ciudad que lo vio crecer... triste ahora, claro, que no podía ver las golondrinas volando en la iglesia en misa de diez, ni las hojas secas humedecidas por el rocío, ni el cedro gigantesco del parque, ni el maravilloso olor que desprendía su cuello, como cuando era una quinceañera… él podía aun percibirlo al cerrar los ojos.

Los días habían transcurrido y con ellos los meses y los años y le habían creado una coraza en el corazón dura como el concreto, mas sumamente blanda a la vez, tanto que podía pasar días enteros consumido en llanto sin probar bocado, anhelando el día que pudiese dejar la celda y tomar en brazos a su hija, niña, dulce y tierna como él la recordaba. No se percataba que los días transcurren también para la gente libre y con ellos los meses y los años, y su niña era ya una mujer adulta y en cinta, golpeada ya por las pedradas que a veces lanza con odio la vida…

Y ella, tampoco era la mujer que una vez le amó, con una década más recorrida y con miles de caricias ajenas en la piel, que habían logrado hacerle olvidar aquel hombre que aun soñaba con su aliento y se le hacía imposible controlar el deseo que su recuerdo provocaba. La había amado tanto, que su mente no tenía espacio para otra. Y es que cuando se está preso, se vive de los recuerdos y hay algunos que uno olvida, pero otros que recuerda con más intensidad que al haberlos vivido. Él podía recordarla perfectamente, recordaba su piel, su pelo, su voz, sus caricias y por supuesto, recordaba claramente la expresión de su cara el día que se lo llevaron preso, las lágrimas que derramó y humedecieron sus labios mientras pronunciaba la promesa de amarlo hasta el último día que viviera, la promesa de esperarlo en casa y guardarle siempre su lugar en la mesa, la promesa de… promesas que había roto hacía tiempo ya, pero él desconocía y por eso seguía viviendo de la esperanza y el recuerdo, olvidando que la vida transcurre día a día y con ellos los meses y los años, también para quienes están libres.
FGC
nacido de madrugada, 2004

Serio y Pensativo

Esa mañana, después de haber sido bañado, se sentó serio y pensativo en su silla de ruedas mirando hacia el vacío; como cuestionándose algo, como preguntándose sobre la vida y el tiempo.

Frente a él, el árbol de limón mostraba una infinidad de verdes y varios frutos que doblaban las ramas con su peso; tras el palo, una tapia; mas allá el mar, imponente y pacífico como siempre. Se extendía hasta el infinito alcanzando el horizonte, tragándose las embarcaciones y devolviéndolas días o semanas después cargadas de frutos del mar y hombres agotados por la labor y tostados por el sol. Embarcaciones como las que él había tenido años atrás y que habían navegado por ese mismo mar, igualmente habían ido y venido con pescados de todos tipos, en grandes cantidades, fruto del trabajo de muchos que le habían dado tantas satisfacciones y proveído a sus familia felicidad y seguridad en tantos sentidos; y a él, una vida alegre y tranquila.

Pero el tiempo había pasado, aquel limonero había crecido y dado frutos, cosecha tras cosecha. El mar seguía imponente y pacífico, aceptando las embarcaciones con sus pescadores; pero el viejo, se había puesto viejo; el tiempo no pasa en vano sobre los hombres; les enseña, los educa, los castiga, los premia, los apacienta, los madura, pero igualmente los desgasta, los cansa y golpea.

Serio y pensativo se mantenía en su silla, esperando los minutos transcurrir, pero cuando se tiene cierta edad, se da uno cuenta que el tiempo transcurre lentamente, que no se apura ni espera, que la vida pasa y con ella todo va sufriendo el paso del tiempo, silencioso y constante, bondadoso y desgastante.

El tiempo transcurre y el viejo espera. Espera que el tiempo transcurra, no vaya a quedársele una lección por impartir, un consejo que dar o una sonrisa que ofrecer. Espera que la gente venga, que el día pase, que la vida siga. Solo le queda esperar.

Su mujer se le acerco con confianza, le paso la mano por la rala cabellera blanca y le preguntó como se sentía, le ofreció un fresco, lo miró y sus ojos expresaron amor, amor de mujer, de una mujer que acababa de pasar 60 años a su lado, siendo su amiga, compañera, amante y cómplice; sus ojos expresaron igualmente un sentimiento maternal, quizá era la primera vez que lo veía de esa forma, la primera vez que lo sentía menor, más débil que ella, que lo encontraba físicamente presente, pero mentalmente lejos. Quizá en ese momento y solo hasta ese momento, descubrió que se le había ido, que se había ya marchado para siempre y no podría jamás nunca preguntarle su opinión, pedirle un consejo o escuchar de su boca un piropo. El tiempo no había pasado en vano y quien fuese una vez su mejor amigo, compañero y bastón de lucha, es ahora, un hombre entrado en años, cansado por la vida, vencido por la enfermedad y listo a partir en un viaje sin regreso, un viaje donde no podrá llevarla consigo aunque así lo deseen ambos.

Ahora, solo les queda esperar…

nacido una mañana en Puntarenas, al observar a mi abuelo
Febrero, 2005

miércoles, agosto 02, 2006

La Niña

Juega y sonríe, cuenta y camina, observa concentrada sus propias huellas en la arena, las cuenta de nuevo, “uno, dos, tres, cinco, siete” y la mar se las borra como queriendo provocarla, pero ella desentendida se incorpora e inicia el caminar poniendo un pie, justo en frente del otro, como si lo hiciera sobre una cuerda floja y cuenta de nuevo, uno, dos, tres, cinco, siete. Rompe en plena carrera de repente y se refugia tras una palmera, se agacha y toma un palito con el que pretende escribir sobre el tronco su nombre “Karoll”. Junta las manos frente a su cara, se acerca al tronco escondiendo la cara, cuenta de nuevo, como jugando a las escondidas. “uno, dos, tres, cinco, siete.” Tira el palito, que empezaba a estorbarle, se pasa la mano por la enmarañada cabellera café, desteñida, que reventada por la florcilla, anida generosamente los piojos que abandonaron la cabeza de su hermanito cuando lo pelaron rape. Esconde la cara y cuenta de nuevo, “uno, dos, tres, cinco, siete”…


Juega y sonríe la niña, frente al mar, sin entender el significado del rótulo frente a su casa que habla de una bandera azul, que ella nunca ha visto. Ni logra concebir el tamaño real de aquel mar que se extiende hasta el infinito y que podría llegar hasta los países raros que la maestra mostró en el mapamundi de la clase. Tampoco se entera la niña, si en la capital hay nuevo presidente o aun los señores del tribunal cuentan al igual que ella: “uno, dos, tres, cinco, siete”. Habrá que esperar algunas semanas para saber si hay o no nuevo presidente en la capital. Claro, en la capital, porque en el rincón donde ella vive, no tienen presidente, ni gobierno, ni se sabe, ni importa quienes son, a su propio padre le cuesta comprender qué es lo que hacen, para qué se eligen o por qué hay que cambiarlos; si él llevaba ya veinticinco años haciéndose a la mar y no ha que tenido que rotar con nadie, su familia era suya y tenia que velar por ella hasta que las fuerzas le alcanzaran.

Juega y sonríe la niña, sana y libre, en una tierra que es suya, o de nadie, o de su papá o, qué importa de quien, es su mundo, pequeño e inmenso, privado y suyo donde no existe la pubertad, ni la virginidad ni la menopausia, y por lo tanto no hay que cuidarlas, ni cuidarse de ellas, de vivirlas, adquirirlas ni de perderlas; es un mundo en donde se nace libre y se muere de la misma manera, un mundo donde no hay gobernantes, solo Dios, aunque la niña no conoce a ninguno.

Juega y sonríe, sola y feliz, pagando el precio de haber nacido mujer en un barrio de hombres. Todos ellos pateando bola noche y día, como si nada más les preocupara, como si nada más los divirtiera. Ella está en paz con su mundo, no conoce otro. Sola, sana, libre y feliz, juega y sonríe la niña en su pedacito de arena en la inmensidad de la playa, si lo quiere, se acerca a sus hermanos y amigos, se incorpora a uno de los equipos y patea bola como si fuera uno más. Uno más de los güilas del barrio, uno más de tantos, que también nacieron libres y en un futuro no muy lejano, alguno de ellos será el padre de la criatura que cargue la niña en su vientre, quien también nacerá libre, sin preocupaciones ni deudas y jugará con los güilas como lo hizo su madre, quien ahora, aún joven y niña, juega y sonríe sana, feliz, sola, libre, frente al mar, mientras camina y cuenta “uno, dos, tres, cinco, siete”


nacido en la Semana Santa 2006 dedicado a una chiquita que conocí en Esterillos, Puntarenas.